August 23, 2007

Festival de Lima: un encuentro desencontrado

Por Diego Cabrera
Once años después de su primera edición, los organizadores del “evento cultural más importante del Perú” definieron la identidad de lo que hasta el año pasado era conocido por sus concurrentes de diversas maneras menos la propia: Festival El Cine-Encuentro Latinoamericano de cine de Lima. Oxímoron aparte, el renovado Festival de Lima apelo para su relanzamiento a una campaña publicitaria (“Si Latinoamérica es un barrio, Lima es su cine”) que incluía a algunas conocidas figuras del medio local, entre las que destacaba por forzada la presencia del ubicuo Gastón Acurio. A decir de lo pluricultural de su spot televisivo, asumimos que la campaña estaba dirigida precisamente a un público similar al comensal habitual de los exclusivos restaurantes del conductor de Aventura Culinaria, suposición que se reafirma al corrobar el encarecimiento de las entradas festivaleras (las más caras de ese tipo en Sudamérica) y el centralismo del Cineplanet Alcazar. A propósito de elitismos, la verdadera polémica se desató en torno al argentinizado afiche de Toronja. Lo cierto es que más allá de lo evidente, y del maltrato inicial a la prensa, los invitados de envergadura brillaron por su ausencia. Salvo José Wilker, los artistas internacionales que llegaron a nuestro país eran completos desconocidos para el espectador común y corriente.

Cinefilía extraviada

La sección oficial fue, en lo que ya se ha convertido en mala costumbre, una mazamorra capaz de albergar en partes desiguales ladrillazos del tipo Fiesta Patria y películas sin parangón en Latinoamérica como Luz silenciosa, todo bajo la consigna de que la nuestra es una fiesta plural. Un poquito más de rigurosidad al momento de armar la sección en competencia, ya que en ella recae la esencia de todo Festival, es menester para elevar nuestro status de meros recicladores. Y es que valgan verdades lo que nos llega, querido y tal vez despistado lector, es como diría el imponderable Hector Lavoe, un periódico de ayer, cortesía del FICCO mexicano, del BAFICI argentino y, en el mejor de los casos, de Cannes o de Berlín. Nuestra cita cinéfila nunca fue cuna de talentos, por más que en la presentación de su décima edición una de sus máximas autoridades se haya ufanado de haber confiado antes que nadie en el extinto binomio uruguayo Rebella-Stoll, responsable de 25 watts y Whisky, a expensas del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. Por ello no debe sorprendernos que recién este 2007, después de más de quince años de carrera, tres largos y un cortometraje a cuestas, se haya reconocido la obra de Martín Rejtman, figura capital de lo que los críticos vinieron a llamar Nuevo Cine Argentino, con la proyección, con inconvenientes que derivaron en la devolución del dinero a parte del público asistente, de su primer documental, Copacabana. Será que nuestro festival está signado por su condición de encuentro (de la crema y nata del snobismo limeño, de cineastas que se ensalzan unos a otros con hipocresía, de críticos que se pelean por ser amigos de la estrella de turno, de películas que se pueden encontrar con anterioridad en el mercado informal o en la Web, de películas que nadie recuerda o que nadie recordará). Esperemos que en un futuro el festival asuma el rol que anhela y empiece a tomar verdaderos riesgos. Solo de esa manera se convertirá en un verdadero referente del cine que se hace en esta parte del mundo.

La Sección Oficial
Al margen de lo prescindible, hubo tiempo para algunas sonrisas. Dentro de las películas de Ficción en Competencia, destacaron las argentinas Una novia errante de Ana Katz, y El Otro de Ariel Rotter. La primera, una crónica de la soledad y el desamor con evidentes reminiscencias al cine de Rohmer; la segunda, no obstante sepa a conocido respecto al cine de Lisandro Alonso y de Santiago Loza y a remedo de El Pasajero de Antonioni, confirma una vez más a Julio Chávez como piedra angular de la cinematografía gaucha. En menor medida destacó del mismo país La Antena de Esteban Sapir, la cual si bien peca de discursiva y se prolonga ad nauseam nos presenta a un director atrevido en cuestiones formales que podría cosechar éxitos futuros si sabe sacar provecho de su exacerbada cinéfila. Se agradece de todos modos los homenajes a Chaplin, Lang y compañía silente.

Las óperas primas dejaron un saldo más positivo. Sobresalieron, además de las mexicanas El violín de Francisco Vargas y Familia Tortuga de Rubén Imaz, la ecuatoriana Qué tan lejos de Tania Hermida y la uruguaya El baño del papa de César Charlone. Mejor que estas últimas estuvo XXY de Lucía Puenzo, hija del cineasta Luis Puenzo (el de La Historia oficial, la primera y hasta el momento única película argentina galardonada con un Oscar de la Academia), la historia de un niño-niña enfrentado con su naturaleza y con un mundo que no lo comprende. Pese a su didactismo, hay que reconocer que la emotividad que destilan sus imágenes no es gratuita, sino producto del oficio de su directora para narrarnos la fragilidad con pulso certero. Pero lo superlativo de este apartado fue sin lugar a dudas Hamaca paraguaya de Paz Encina. Obra serena, austera y parsimoniosa que materializa el devenir en doce secuencias en las que la esperanza y la fatalidad se conjugan en forma de alegato bélico y de posibilidad cinematográfica que se concreta a partir del anonimato y la marginalidad. Su trascendencia está mucho más allá de la anécdota (la primera película filmada en Paraguay en cuarenta años) y la pretensión estética.

En competencia, los documentales fueron los más regulares. Salvo la cancelación de la esperada cinta chilena Calle Santa Fe de Carmen Castillo y del ya mencionado incidente con Copacabana, no hubo mayores decepciones. De los documentales firmados por peruanos destacó Forever, uno de los mejores trabajos realizados por Heddy Honigmann, quien finalmente dejó de atosigar a sus interpelados para usufructuar sus penas y permitió que el llanto sincero se desprenda de la admiración y el cariño que un grupo de desconocidos le profesan a alguna de las celebridades (Proust, Chopin, Morrison) que pueblan el Cementerio Père-Lachaise de París. Lo mejor llegó desde Cuba y Brasil con El telón de azúcar de Camila Guzmán y Santiago de Joao Moreira Salles. El telón de la hija del destacado documentalista chileno Patricio Guzmán es un homenaje al recuerdo imborrable, a la imagen de postal que permanece inalterable en la memoria de quienes fueron las principales victimas de la revolución: jóvenes cubanos que disfrutaron durante su adolescencia de la posibilidad de un sistema que a la postre los llevaría al exilio. El de Moreira Salles es también un documental acerca de la memoria, pero es también mucho más. Santiago es manifiesto del tiempo, depuración mental y madurez espiritual en la figura de un director que bebe del minimalismo de Ozu y que contempla perplejo a un personaje, su mayordomo de infancia, que en pocos años ha devenido en documento histórico, indiferencia social y realidad fílmica.
La luz de Reygadas

Para terminar un breve comentario sobre Luz silenciosa, de Carlos Reygadas, galardonada con el premio de los críticos aquí y previamente en Cannes. Cualitativamente equiparable al cine de Lucrecia Martel (La Cienaga) y de Lisandro Alonso (Los muertos), quienes son los únicos cineastas que gustan al mexicano en la región, según declaró a la prensa local, Reygadas se distancia del folclorismo brasilero, el pintoresquismo argentino, la proclama cubana, la ineptitud peruano-boliviana, y la pretensión de su compatriota Alejandro Gonzales Iñarritu (Babel), para encaramarse como el portento latino, el engreído del cinéfilo más recalcitrante y el enemigo del espectador más pragmático. En Luz silenciosa se supera a sí mismo a través de una historia de amor hiératico. Porque el tridente de amantes infelices, miembros de una comunidad menonita ultra conservadora afincada en México, desborda de erotismo y carnalidad la pantalla. De ahí que la pulsión que los subyuga, y que en Japón y Batalla en el cielo fue el desencadenante de una tragedia, sea el detonante de una epifanía. Es justamente en esa revelación-homenaje (Ordet) donde se cierra el circulo de una serie de personajes malditos sin posibilidad de redención para darle paso a la luz (nótese la iluminación de la escena del ‘beso’); una luz silenciosa y subversiva; naturalista y cósmica; imperecedera, brillante y trascendental.
Las fotos corresponden a las películas Una novia errante, Hámaca paraguaya, Santiago y Luz silenciosa, respectivamente.