March 11, 2009

El Oso Cariñoso y la mezquindad patriota como parádoja



Ad portas del estreno de La Teta Asustada, un alegato en contra de quienes pretenden descalificarla en base a sus complejos.

Por Diego Cabrera

La Teta Asustada, segunda película de nuestra compatriota Claudia Llosa, se llevó el pasado 14 de febrero “El Oso de Oro” -máximo galardón que entrega el Festival de Berlín- y el premio FIPRESCI que entrega la crítica internacional. Sin embargo, las reacciones ante tan tremendo logro distan de ser unánimemente celebratorias. Por el contrario, hay algunas personas en la blogosfera, pero también en otros medios de circulación masiva -como Uri Ben Schmuel, director del diario La Razón-, que sin haber visto la película ya condenan a su directora (hoy por la tarde es el estreno). Más que criticar la impertinencia o la presunción de tales actitudes, habría que detenernos un momento a reflexionar en que es lo que se encuentra detrás de ellas.

No es la primera –ni por supuesto será la última- vez que un peruano que obtiene reconocimiento internacional, es cuestionado por sus propios compatriotas. Sucede con Llosa, que es de tez blanca y ojos azules; sucedió con Arguedas y con el propio Vallejo, que eran de rasgos y procedencia más autóctona. Lamentablemente, el desprecio entre peruanos nos caracteriza desde tiempos coloniales, y no solo abarca el ámbito artístico -el cual es, por cierto, el más subjetivo de todos. De hecho, cada uno de los momentos decisivos de nuestra historia, desde la conquista hasta el conflicto armado interno de los años ochenta, ha estado precedido y atravesado por el desinterés del peruano hacia su propio país y sus pobladores.

El Perú está fragmentado desde su geografía. La cuestión es comenzar a hacer algo para que esa fractura no se siga prolongando hacia nuestros espíritus hasta anquilosarnos. A estas alturas suena utópico, pero el cine –por más que algunos se empeñen en ningunearlo- puede ser un primer paso para empezar a reconocernos.

La mezquindad como emblema.

Son curiosas las razones que esgrimen quienes pretenden menospreciar los premios obtenidos por Claudia Llosa en el Festival de Berlín. Definen a su directora, en base a lo visto en Madeinusa, su anterior y primera película, como si fuese una especie de gamonal del siglo XIX -explotadora, deshonesta y corrupta- y a su segundo opus de racista, prefabricada, maquiavélica y miserabilista.

Incluso han llegado a descalificar a la Berlinale, aduciendo que ésta acostumbra premiar películas exóticas para el ojo europeo, en especial si provienen de países tercermundistas, defienden “causas justas” o si sus directoras son mujeres

Todos esos comentarios se caen por sí solos, puesto que se sustentan en la ignorancia, el prejuicio y la intolerancia.

En primer lugar, porque quienes los aducen no tienen pruebas flagrantes de que la realizadora peruana haya incurrido en actos de corrupción para concretar su película; tampoco las tienen respecto a su carácter explotador.

Por otro lado, la “honestidad” del filme es una cuestión netamente personal. Ni nosotros, ni Magaly Solier –actriz fetiche de la realizadora-, ni Patricia Bueno –madre y colaboradora de la misma- ni nadie está en posición de defender o atacar su sinceridad, dado que esta solo le compete a su directora.

En cuanto a los aspectos “éticos” del filme, solamente decir que juzgar una película por su trailer o por opiniones ajenas es poco serio y “honesto”.

Por último, habría que aclarar que el Festival de Berlin a lo largo de sus 59 años de historia ha premiado con el “Oso de Oro” tan solo a tres cineastas latinoamericanos, a uno africano y a cinco asiáticos, o sea que menos de la quinta parte de ganadores han sido oriundos de países que podrían ser considerados “exóticos” por los europeos; asimismo, solo cinco mujeres se han llevado a casa el mentado premio.

Si aún después de esa estadística, hay personas que insisten en menospreciar el premio de Llosa arguyendo que el de Berlín es un certamen menor y que la sección en competencia de este año careció del brío de ediciones pasadas, eso se debe a su mezquindad. Llosa triunfó en uno de los festivales más importantes del mundo - solo lo superan Cannes por su rigurosidad y Venecia por su tradición.

Tal es así que entre sus máximos ganadores se cuentan algunos de los cineastas más importantes de la historia: David Lean, Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Jean Luc Godard, Roman Polansky, Pier Paolo Passolini, John Cassavetes, entre otros.

Y si bien es verdad que los filmes que participaron este año en la sección oficial hicieron extrañar a los de ediciones anteriores, ese tampoco es motivo suficiente para subvalorar el premio. Basta decir que Llosa compitió con directores considerados por ella como genios: Stephen Frears (quien fuera el asesor de Josue Mendez en su última película, Dioses, gracias a una beca que el peruano obtuvo hace unos años en Cannes), Francois Ozon (de quien hace algunos años pudimos ver La Piscina) y Bertrand Tavernier (el autor de La Pasión de Beatrice).


Hay que ponderar el triunfo de Llosa como se debe, puesto que puede marcar un paradigma en cuanto a la realización de películas peruanas se refiere. De hecho, ya hay una tendencia que se hace evidente en las mejores obras del cine nacional más reciente. Junto con Llosa, Gianfranco Quatrinni (Chicha tu Madre), Alvaro Velarde (El destino no tiene favoritos) y Josue Mendez (Días de Santiago, Dioses) son cineastas que a través de su trabajo expresan un punto de vista particular, una cosmovisión que trasciende el lugar común, el morbo y la teatralidad que lastran nuestro cine desde la década del ochenta –salvo los mejores trabajos de Lombardi, En La Boca del lobo, Caídos del cielo, Bajo la piel y Sin compasión.

Lo penoso de tal coyuntura es que todos estos realizadores se han visto obligados a emigrar para hacer cine, puesto que en el Perú no hay oportunidades, pero quizás a partir del fenómeno de La Teta Asustada, el panorama cambie. Para ello el apoyo estatal es fundamental. La historia ha demostrado que el cine es un modelador de conductas, un “activador de las masas” (Lenin dixit), pero también un lugar en el cual las personas se reconocen como colectividad, donde ven reflejado algo más que sus sueños, algo de lo cual los peruanos carecemos: identidad.


Este texto desarrolla con mayor detalle algunos de los temas expuestos por el blogger Gustavo Faverón en el post "La Mala conciencia" (http://puenteareo1.blogspot.com/2009/02/la-mala-conciencia.html )publicado en la bitácora Puente Aéreo el 18 de febrero pasado.


El Indiscreto encanto de la burguesía: Rostros (Faces, 1968)


En mayo del año pasado, se cumplieron 40 años del estreno de Rostros; en febrero de este 2009, se cumplieron 20 años de la muerte de su director, el genial John Cassavetes. El que sigue es un breve comentario sobre tal película, sin duda, uno de los íconos más importantes del llamado cine independiente.

Por Diego Cabrera

En 1968, lejos del turbulento ambiente que rondaba las aulas parisinas, John Cassavetes inició su propia revolución, una en la que reconfiguró, para siempre, la forma de ver y hacer cine. Luego de su frustrado paso por Hollywood y casi una década después de su primera incursión tras las cámaras, estrenaba su cuarta película, pero sabía que en realidad se trataba de la primera. Y es que recién en Rostros el llamado “padre del cine independiente” era por primera vez consciente de su arte, de su envergadura, alcance y utilidad.

Rostros fue mucho más que la revancha de un cineasta que empezó su carrera decidido a insuflarle vitalidad a la pantalla grande por medio de relatos auténticos, despojados de cualquier artificio que los pueda alejar de la realidad, pero que aún no estaba seguro de cómo hacerlo. De ahí que Sombras, su ópera prima, haya sido, antes que nada, un experimento (“una improvisación”), en el cual lo inesperado de la existencia se ponía de manifiesto, mientras que el proceso de gestación de sus dos siguientes películas (Too late blues y Ángeles sin paraíso), veto de Hollywood incluido, no hizo otra cosa que reafirmar sus convicciones.

A partir de la historia de una pareja en crisis que se resiste a renunciar a la comodidad y a las apariencias, pese a que en sus entrañas se cocina un intenso deseo de liberación, el también protagonista de El bebe de Rosemary se acerca con minuciosidad, pero sobre todo con perversidad, a los rostros de burgueses norteamericanos que viven pegados a un antifaz. Es a través de esas caras granuladas que casi se pueden palpar, de sus muecas irónicas, sus risas mentirosas y sus discursos triviales, pero también de sus cuerpos, que danzan zigzagueantes en derredor de la infelicidad, y de la cruda forma en la que son presentados, que Cassavetes introdujo, como ninguno de sus colegas antes lo había hecho, la vida en el cine norteamericano. En ese logro, más que en la proeza de su factura, reside la inmortalidad de esta película.

Rostros, por último, significó varios triunfos en simultáneo: el de lo artesanal frente a lo industrial; el de un modelo alternativo, viable y creativo, frente a uno estandarizado, costoso y poco imaginativo; el de un método de actuación particular e instintivo, sobre uno hegemónico y psicologista; el de la honestidad por encima del cálculo y lo prefabricado; el del compromiso existencial frente al oportunismo mercantilista.

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CARTELERA FEBRERO
QUISIERA SER MILLONARIO (Slumdog Millionaire)
Por Diego Cabrera

Quisiera ser millonario es un cóctel que no tiene pierde: mendicidad, tortura, prostitución, violencia, aplomo, redención, predestinación, amor eterno y final coreográfico se dan cita en una historia de amor imposible, contextualizada en una ciudad del tercer mundo, Mumbai (antes Bombay), tomada de la exitosa novela “Q y A”, del diplomático indio Vikas Swarup, y llevada a la pantalla grande a manera de interminable videoclip por un director occidental.
En ella, Danny Boyle vuelve sobre la temática de Millonarios, pero con un estilo que la acerca más a Trainspoting. Su imagen saturada, abigarramiento espacial, enfoque caprichoso, cámara apurada, edición frenética y narrativa de flashbacks, atarantan al espectador hasta distraerlo del todo. Basta describir en detalle una de las escenas que retratan la niñez del protagonista para corroborarlo.

Jamal aparece ‘ocupado’ en un silo de alquiler, mientras que un cliente lo espera y su hermano Salim lo apura. El cliente no aguanta la espera y se marcha constreñido a buscar otro depósito. Salim se enfurece por ello, pero Jamal sigue ensimismado hasta que aparece surcando el cielo un helicóptero que trae al pueblo a Amitabh Bachchan, un famoso actor indio al que él admira. Su hermano decide darle una lección y traba la puerta de salida. Pero a Jamal no le importa embarrarse con tal de ver a su ídolo en vivo y en directo, por eso, luego de observar por unos segundos una foto del artista que tenía en uno sus bolsillos, decide escapar por abajo. Una vez en libertad, se abre paso entre una multitud que al mirarlo se tapa la nariz, llega hasta Bachchan –a quien solo se le ven parte de las partes y las manos, de donde destaca un anillo tan resplandeciente como el sol de Mumbai- y consigue su autógrafo. Desde sus butacas, el público ríe: es el espectáculo de la pobreza.

Sin embargo, más allá de su moral, la cual al fin y al cabo es más que nada una cuestión cultural (de ahí que la película haya sido tan aplaudida en los Estados Unidos y tan repudiada en el país en el que se filmó), Quisiera ser millonario adolece de un problema argumental. El platónico romance entre Jamal y Latika carece de un correlato que lo sustente. Resulta abrupto el amorío entre dos jóvenes que no han tenido contacto por más de diez años, y que tan solo han cosechado una inocente amistad cuando eran pequeños. Y es más increíble aun, a la luz de las traumáticas experiencias que tuvieron que pasar para reencontrarse.

No obstante todo lo dicho, hay que rescatar el oportuno mensaje de la película. No cae nada mal historias optimistas y mágicas per se en tiempos de crisis como el actual, sino que lo digan los miembros de La Academia.

Fecha de estreno en el Perú: 19 de febrero del 2009.

LA VIDA SOÑADA DE LOS ÁNGELES
Ir conociendo a las protagonistas, en medio de varias revelaciones, parece ser la tarea provocadora e inacabable de La vida soñada de los ángeles (Erick Zonca, 1998), película que, a lo largo de casi dos horas, nos va abriendo el panorama de la psicología de Isa y Marie, nos muestra sus manías, sus penas, sus sueños, sus almas, y nos termina mostrando a personajes totalmente distintos de los que conocimos al comienzo del filme.

A Isa la conocemos primero, y ella es casi como a una clochard que no tiene nada que hacer ni un lugar donde asentarse; no cabe en ningún lugar del mundo y menos en Lille, ciudad donde ha llegado después de las peripecias de un pasado que no conocemos. Sabemos que no tiene futuro, y que debe ir trazándose su propio camino improvisado, frágil, espontáneo, por la vida, y esperar que venga un milagro a salvarla y darle la vida que desea. Un look descuidado –para el estándar francés–, un casi constante consumo de marihuana y una cicatriz en la ceja nos advierten de un pasado decadente, cosa que no ocurre tanto con el otro personaje que conocemos. Aunque las apariencias engañan.

Marie puede parecer más reservada, parece que no tomaría tantos riesgos, es más callada; su cara atribulada, que le da una cierta elegancia que Isa no tiene, puede desorientarnos con respecto a lo que vendrá después…Será una cadena de sorpresas y revelaciones, de ir descubriendo gradualmente frente a quiénes estamos. Lo descubrimos con calma y sin adornos, sin pompa, sin música innecesaria, solamente con el ruido de la calle, con los pasos de las personas, con las voces.

La extroversión de Isa, su característica más descollante al comienzo –al final sería la sensibilidad–, llevará a las dos a encontrarse –luego de una jornada en un taller de tejidos, que sería el primero de varios mortecinos empleos que les servirán para sobre llevar el día a día– y a iniciar una entrañable amistad, que las hará confidentes, cómplices, aliadas, al punto que uno mismo, tambaleante porque nunca se sabe qué sorpresa ocurrirá, puede llegar a esperar que haya algún episodio homoerótico entre las dos.

Una irrupción, casi a mediados de la película, cambiará todo el desarrollo de la historia, una manzana de la discordia, que traerá discrepancias entre las dos y que acentuará la complejidad del carácter de Marie, que no parece ser, después de todo, la muchacha veinteañera y apocada que parece ser al principio.

Isa y Marie parecen como dos caras de la misma moneda; su esencia es la misma, las dos son jóvenes proletarias que desean una vida mejor, una vida que nunca obtienen. Y las dos parecen, hacia el final, ser similares a como era su contraparte al inicio. Isa, con el paso del tiempo, con las visitas a una desconocida que se encuentra en la clínica en estado comatoso, va adquiriendo la serenidad, la reflexión y el aplomo que Marie mostraba al comienzo. Marie, por el contrario, se va pareciendo más y más a la imagen que uno hubiera tenido de Isa al comienzo: abierta, comunicativa, desenfrenada, valiente, inestable. El hombre que irrumpe en la vida de Marie, después de librarla de problemas por el robo de una casaca en una tienda de lujo, pasa de ser un defensor a ser una suerte de anticristo, un personaje que se aparece como un salvador al comienzo, pero que resulta ser un parásito, un catalizador que desencadenará el fatídico final.

Uno se puede imaginar qué es lo que tiene Isa, que no posee Marie, y que fue determinante para que el filme terminará de la forma que lo hizo: tal vez algo de humanidad, algo de eso que la hace agradable a las personas, sangre ligera mezclada con sensibilidad y compresión. Es por esa comprensión que llega a vincularse tanto con la pobre Sandrine, hasta llegar a visitarla y preocuparse por ella, sin conocerla. No es egoísta. Marie sí lo es, al parecer, y ese es su error: tener menos escrúpulos. Todo esto nos recuerda que uno no puede juzgar a un libro por su tapa; que, detrás de esa tez blanca, ese pelo rubio y esa expresión vacía, de no matar ni una mosca, Marie esconde una agresividad silenciosa. Ésta es evidente cuando explota y se pelea con aquella otra rubia en el bar. Ella tiene ese carácter. Sólo así se explican las decisiones que toma; como la última, que casualmente la toma, callada, a pocos metros de Isa, como si hubiera decidido que ya no hay un lugar donde buscar la vida que tanto añora.
(César Pancorvo)