June 24, 2008

CARTELERA MAYO EL DIARIO DE LOS MUERTOS
Por Diego Cabrera

A diferencia de zombis más contemporáneos, como los de Zack Snyder (El Amanecer de los muertos), Danny Boyle (Exterminio), Carlos Fresnadillo (Exterminio 2) o Francis Lawrence (Soy Leyenda), los de George Romero no renuncian a su condición de walkers, dado que en su anacrónico andar reside su esencia: esa marcha lenta y cansina los hace más imprevistos, y por ello más aterradores; su morosidad viene a ser, pues, una de sus mayores fortalezas. Como poniéndose al día con los tiempos que —así como otros zombis— corren, Romero firmó el 2007 su película más tecnológica, una en la que, a diferencia de sus cuatro anteriores entregas dedicadas al mismo tema, el protagonista es el verso y no la evisceración.

Desde La noche de los muertos vivientes (1968), el realizador norteamericano nos tenía acostumbrados a presentarnos cada cierto tiempo una historia de muertos que se levantan de sus tumbas con bastante apetito y sin motivo aparente como pretexto para llamar la atención acerca del estado del mundo (la guerra de Vietnam y los conflictos raciales en su ópera prima, la sociedad de consumo en El Amanecer de los muertos, la ética científica y militar en El Día de los muertos y la desigualdad socioeconómica en Tierra de muertos); sin embargo, El diario de los muertos carece de la sutileza que llevo a su director a encaramarse como el referente principal del cine de horror de raigambre política.

A diferencia de sus predecesoras, donde las imágenes hablaban por sí solas sin necesidad de tener un soporte discursivo de corte académico, aquí el mensaje atraviesa, literalmente, toda la puesta en escena. La narración en over de una superviviente que ha tomado la posta del registro que su enamorado empezó con su cámara digital a partir de la experiencia vivida por ellos y sus amigos, estudiantes de cine que junto a un dionisiaco profesor que supervisa la filmación de su proyecto final, una película de terror, pugnan por regresar a sus hogares una vez iniciada la carnicería walker, le sirve al realizador norteamericano para arremeter contra la sociedad de la información, aquella en la cual 200 millones de video cámaras pretenden comunicar, en simultaneo, la verdad del mundo.

Lo curioso es que la misma saturación de la que nos habla el creador de Martin en su última película termina colmando a la misma, a causa no solo de lo reiterativo, pesimista y contradictorio que resulta el mensaje —el cual, más que invitarnos, nos coacciona a desconfiar de las fuerzas armadas, de los medios, incluido y en especial el Internet, el mismo medio que les sirve a la heroína de esta historia para dar cuenta de “su verdad”, y en todo aquel que sea poseedor de un instrumento que le sea útil para registrar al mundo y su devenir en tiempos de orfandad—, sino de la solemnidad en medio de la cual nos es presentado: acompasado por imágenes de archivo que, en cámara lenta, pretenden sensibilizar al espectador.

Pareciera que en esta oportunidad el genio de Romero hubiese estado abocado más a la postulación dogmática de una verdad de Perogrullo (lo cuestionable que resulta la sociedad de la imagen) que a la elaboración de un guión sólido y sugerente. De ahí que en sus 25 minutos finales, desde el momento en que los chicos arriban al fortín de Eliot, el relato se asemeje más a una típica producción hollywoodense que a la de un autor consagrado (ver el guiño auto referencial de la persecución de la momia, el cual termina siendo forzado por su torpe resolución, o lo inexplicable que resulta el destino de los ocupantes de la mansión).

Con todo y esto, El diario de los muertos no deja de ser una propuesta atractiva por su tono documental a lo Cloverfield—de hecho, se filmó antes que la ópera prima de Matt Reeves—, sus escenas gore, el antológico personaje del amish, síntesis del Romero más sardónico y corrosivo, y su intención metalingüística y contestataria, la cual no solo nos habla de ficciones que se convierten en realidad, como la que forma parte del video encontrado en el hospital o la ya mencionada escena del bosque, sino también del oficio del “verdadero” cineasta, aquel que es capaz de anudarse a su cámara y ‘dejar la piel’ con tal de dar cuenta de su incorruptible visión del mundo.

Fecha de estreno en el Perú: 29 de mayo del 2008