Como cada primer fin de semana de agosto, el Festival de Cine de Lima abrió sus puertas para beneplácito de la cinefilia local. A pesar de que el nivel de este año menguó en relación a las últimas ediciones, igual alcanzó para ver algunas buenas películas. A continuación, un balance de lo que fue el evento cultural más importante del Perú en su decimotercera versión.
Por Diego Cabrera
Desde su selección oficial hasta los galardones entregados pasando por sus muestras paralelas, esta edición del
festival se caracterizó por su medianía. Viendo el palmarés, el mayor acierto fue el premio que se llevó la ópera prima del chileno Alejandro Fernández Almendras,
Huacho, de parte del jurado de la Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica (
APRECI), aunque se trata de un galardón menor, de importancia simbólica. Se trata de una película que apuesta por la contemplación para capturar, de manera natural, sin ningún tipo de artificio técnico o narrativo, el día a día de una familia de campesinos —conformada por un niño, su madre y los padres de esta— que no se termina de acomodar al ritmo de vida que les impone la ciudad.
Mucho menos exigente es La Nana, la cual se alzó con los premios más importantes del certamen. El segundo largometraje del chileno Sebastián Silva es una comedia dramática que se sostiene en la interpretación de su protagonista, Catalina Saavedra, una empleada de servicio celosa de su trabajo que se ha deshumanizado a costa de su oficio. Lo interesante está justamente en ver cómo esta ‘Nana’ misántropa se empieza a ‘humanizar’ a partir de la llegada de una compañera que, a diferencia de las que la precedieron, está dispuesta a escucharla y a tratar de entenderla.
A diferencia de otros años, la delegación argentina no presentó ninguna obra descollante. Ni la inclasificable El niño pez, decepcionante segundo opus de Lucia Puenzo, cineasta de la cual pudimos ver en este mismo evento hace un par de años la interesante XXY, ni la excesivamente adolescente Excursiones, paso atrás en la carrera del realizador de culto Ezequiel Acuña, ni mucho menos la snob y patética, por su personaje principal, Los Paranoícos, el debut tras las cámaras de Gabriel Medina.
Mejor estuvo la colombiana Los viajes del viento, de Ciro Guerra, una película telúrica, que podría ser tomada por algún distraído como paisajista o exótica dados los hermosos parajes por los que transita la cámara, donde la tierra y el viento se ponen de manifiesto como naturaleza viva que signa los destinos cíclicos de dos seres errantes —un juglar que recorre territorios agrestes con la finalidad de devolverle a su antiguo maestro un acordeón supuestamente maldito y un adolescente que lo sigue con la intención de aprender su arte— que en su trayecto terminarán por encontrarle un sentido a sus vidas.
No pudimos ver ni
Gigante ni
Mal día para pescar, cintas uruguayas de las cuales pudimos recoger, en general, buenas referencias. Lo mismo para el caso de la delegación mexicana. Nos lamentamos, sobre todo, por dejar pasar
Rabioso sol, rabioso cielo, de Julián Hernández, de lejos la película más controvertida del festival, menos por sus “escandalosas” escenas sexuales que por sus cualidades estéticas. De las representantes brasileñas y cubanas, lo de siempre, es decir, nada que destacar, a menos que no se tome en serio al
Cuerno de la abundancia, de Juan Carlos Tabío, y se le interprete como lo que en el fondo es: una telenovela filmada, de tono ligero, personajes estereotipados y diálogos sentenciosos, que se pretende seria por su trasfondo político.
Lo más soso, inaudible y cuasi imperceptible (por la pésima calidad de su sonido y fotografía) de las ficciones en competencia fue la guatemalteca
Gasolina, primera película de Julio Hernández. Pero lo más lamentable estuvo por el lado peruano, gracias a la presencia de dos refritos, uno de ellos (
El premio, de Chicho Durant) cinematográficamente nulo y el otro bastante digno pero desfasado (más que incluir a
La Teta Asustada en esta sección, exponiéndola innecesariamente a suspicacias, en caso hubiera ganado el festival, lo ideal hubiera sido que se le rinda un homenaje a su directora, que incluya, además de sus largometrajes, algunos de sus cortos universitarios, a manera de novedad), y de un estreno nacional sobre el terrorismo (
Illary, de Nilo Pereira) que hizo lo imposible: hacernos extrañar las
Vidas Paralelas de Rocío Llado.
No podemos dejar de mencionar el mayor desacierto de los responsables de armar la sección oficial este año: la ausencia de la argentina
Historias extraordinarias,
la mejor película latinoamericana del 2008, según la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica (FIPRESCI). Los programadores justificaron su omisión debido a su extenso metraje (4 horas) —lo que es ciertamente entendible, dadas las características del público que asiste al festival—, pero se hubieran podido buscar otras alternativas, como, por ejemplo, proyectarla con descansos (como se hizo el año pasado en el
BAFICI) o incluirla dentro de las muestras paralelas, que es a donde supuestamente acuden los espectadores más exigentes.
A propósito de estas últimas, hay que decir que a diferencia de ediciones anteriores este año no encontramos ningún filme excepcional. De hecho lo mejor estuvo en las retrospectivas. Gracias a ellas tuvimos la oportunidad de ver en formato fílmico algunas de las mejores obras de dos de los más grandes iconoclastas de la historia del cine mundial,
Alain Resnais y
Pier Paolo Pasolini, y parte de la obra del destacado documentalista argentino Andrés di Tella, pero se trata de un apartado inactual dedicado a ‘viejos conocidos’.
Aparte de las retrospectivas, probablemente lo más esperado por el público haya sido la sección dedicada a la Semana de la crítica de Cannes, la cual estuvo conformada por seis títulos que formaron parte de dicha sección en las últimas ediciones del mencionado festival. Entre ellas la más comentada debe haber sido
Home, el primer largometraje de Ursula Meier, no solo porque su protagonista,
Isabelle Huppert (actriz de primer nivel que ha trabajado con algunos de los directores más importantes de la actualidad, y que nos dejó en esta visita una frase para el recuerdo: “La piratería es como Robin Hood, roba a los ricos para darle a los pobres”, en alusión a que gracias a ella el público es capaz de acceder a un cine distinto al que ofertan las grandes distribuidoras norteamericanas), fue nuestra invitada principal, sino por su extraño argumento y su indescifrable resolución. No pudimos ver
Altiplano, cinta francesa donde Magali Solier tiene un papel protagónico, pero guardamos la esperanza de tenerla pronto en nuestras salas.
Por su parte, el apartado llamado Presentaciones Especiales permitió que los espectadores vean con anticipación futuros estrenos, pero también películas que en otras circunstancias no se hubieran podido ver, como La Ventana, del argentino Carlos Sorin, Tiro en la cabeza, del español Jaime Rosales, o Línea de Pase, del brasileño Walter Salles, aunque ninguna de ellas sea digna de resaltar (por el contrario, las dos primeras son bastante decepcionantes en relación a lo anteriormente hecho por sus directores).
Por otro lado, la sección Secretos y Tesoros de Latinoamérica, pese a que aún no llega a hacerle honor a su rimbombante nombre, albergó, esta vez sí, al menos tres buenas películas:
Acné, primer largometraje del uruguayo Federico Veiroj, y
La Tigra, Chaco, filme debut de los argentinos Federico Godfrid y Juan Sasiaín, por su honestidad para abordar sin descaro el tema adolescente, y
La extranjera, de Fernando Díaz, por saber trasmitirnos, de forma veraz y sin complacencia alguna, el impacto de una ‘occidental’ que se ve obligada a reiniciar su vida en el campo. Nos quedamos con las ganas de ver la chilena
Turistas, de la cual escuchamos muy buenos comentarios.
Dentro de las muestras paralelas también se incluyó un apartado, de aquí en adelante fijo en el festival, dedicada al cine de Quebec. De entre los cinco filmes que se presentaron, sobresalió sobremanera la ópera prima de Stéphane Lafleur,
Continental, una película sin armas, por proponer una mirada casi clínica, y por tanto “objetiva”, acerca de la soledad en nuestros tiempos; además porque su estilo austero y desdramatizado nos recuerda el cine del gran
Aki Kaurismaki.
Este año España fue el país invitado. Se proyectaron cerca de 30 películas, entre clásicas, contemporáneas, valencianas y otras que formaron parte de un —a decir de lo visto:
Ocaña, Retrato intermitente,
El porqué de las cosas,
Barcelona un mapa y
Forasteros— inmerecido homenaje al cineasta catalán Ventura Pons. Pese a que no se consideraron algunos nombres imprescindibles de la cinematografía ibérica —como Pere Portabella, Albert Serra o Felipe Vega—, igual se pudieron ver un puñado de títulos interesantes, como
Familia, del ya consagrado Fernando León de Aranoa,
El Milagro de P Tinto y
Camino, ambas del controvertido Javier Fesser —uno de los miembros del jurado oficial—, y
Mataharis, de la cada vez más madura Icíar Bollaín. El Festival también nos dio la oportunidad de ver el trabajo de dos actrices peruanas en la madre patria: Tatiana Astengo, en
El patio de mi cárcel, de Belen Macias, y Norma Martinez, en
La Vergüenza, de David Planell. A pesar de que se trata de dos filmes bastante irregulares, ambas, pero sobre todo la segunda, hacen un buen papel.
Pese a todo lo dicho, sería mezquino no reconocer el enorme que esfuerzo que hace el Centro Cultural de la Universidad Católica para organizar un evento de tal envergadura con cada vez menos auspiciadores, lo que deriva en una merma en su presupuesto y, por tanto, en menos publicidad, menos seminarios y talleres, entradas más caras y la disminución de los lugares de exhibición y los días de duración.
Sin embargo, eso no justifica una programación con tan poco que destacar. De esa manera, será imposible posicionar nuestro festival en la región y mucho menos fuera de ella —recordemos que la sección oficial será siempre la cara de este evento. Felizmente, el cine latinoamericano pasa por un buen momento, no solo por el incremento general de las producciones en la región, sino por la continua presencia de representantes de esta parte del continente en los festivales más importantes del mundo. Esperemos que el próximo año sepamos capitalizar dicha coyuntura.
Las imágenes corresponden al afiche del festival, a la película Rabioso sol, rabioso cielo, a Isabelle Huppert y a la película El Milagro de P. Tinto, respectivamente.